domingo, 14 de octubre de 2012

Historia de príncipes y princesas

Fue un día de verano, cuando él llegó a su casa montado en una Ducati roja, con una chaqueta de cuero y un casco de sobra.  Hizo sonar la bocina dos veces, esperó que ella se asomara por una ventana que daba al jardín, apagó el motor para esperarla al tiempo que se sacaba el casco y parpadeando varias veces las luces para acostumbrarse a la peculiar oscuridad de una noche de luna llena. Allí estaba él, en aquel hermoso jardín, al lado del estanque y con un bonito ramo de flores que escondía bajo su chaqueta negra. Ella sintió que era su príncipe, echó un vistazo a su reflejo en el espejo del pasillo y sonrió emocionada, respondiendo rápidamente a las preguntas que le lanzaba su madre desde la cocina, tranquilizando a la vez a su padre que la observaba con temor desde el umbral de la sala de estar. Le dijo que iba a estar bien y que podía depositar su confianza en el chico que la esperaba afuera en la moto y que ella volvería con él, que se amaban... Él también sintió que era su princesa, que estaba enamorada, que no se separarían nunca pasara lo que pasara, a la vez que se preguntaba para sus adentros que pensarían los padres de ella, pues la impresión general al verlo en la moto era de espanto e indignación y luego de negación porque querían cancelarle aquella salida. Ella se preguntó exactamente lo mismo mientras se despedía cerrando la puerta. 

-Hola, princesa -sonrió, dándole un corto beso en los labios.
-Me encanta que me digas princesa. -Se subió a la Ducati y abrazó la cintura del muchacho, como de costumbre.
-Lo sé.
-¿Puedo decirte príncipe? 
Él ladeó la cabeza para mirarla mientras se disponía a arrancar el motor del vehículo y rápidamente le sonrió y le asintió. A ella le pareció, de pronto, que aquel extraño que hacía poco que acababa de conocer era el príncipe más maravilloso del reino.


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