lunes, 15 de octubre de 2012

La pluma

Llovía con fuerza. ¿ Oyes las gotas caer como yo? - preguntaba al hermano.
Ella respondió: - Claro, nunca podría olvidarlo.
Había comenzado a hacer ruido con los dedos sobre el cristal de una botella. Tac, tac.
Luego, cuando empezó a llover a cántaros, ese sonido melódico perdió su original belleza para simular a un joven que arrojaba cubos de agua sobre la ventana.
La tormenta había crecido.
No pudo evitar hacer una comparación en voz alta.
Decía: - El viento es como una madre con aire maternal. La lluvia hace de las suyas, y el viento, le silba, furioso, exigiéndole que pare.
La joven, que se paseaba por la habitación, le echó una mirada de reproche. Realmente no le interesaba lo que él tuviera que decir y era obvio que acababa de interrumpir el hilo de sus pensamientos. Sin embargo, reaccionó como si nada hubiera pasado y cambió su comparación.
La vista de él se perdió en el gris paisaje que a duras penas podía ver a través del cristal.
Pensaba: - Que escandalosa es la lluvia, busca sacarnos de quicio.
A esto la joven murmuró: - Tú buscas sacarme de quicio, no ella.
Él frunció el entrecejo y la ignoró.
Él cerró los ojos, como si estuviera recordando algo que le causaba mucha felicidad. Lo cierto es que ahora la tormenta le tenía sin cuidado; de hecho, le resultaba relajante. No le gustaba estar aburrido, quería distraerse, por lo que se fue de viaje, cogió pluma y papel y empezó a escribir vivencias.


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